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ESCALONERIAS (Primera parte) por Jorge Escalona Flores
Cuando los años se te enciman, cuando tus pasos se tornan pesarosos, cuando los hijos crecen y parten, cuando el pelo cano se impone sobre aquel resplandeciente castaño de otrora, cuando usar lentes para leer se torna indispensable, cuando ya te resulta difícil practicar aquellas actividades que antes te enorgullecían de gozo, cuando contemplas la partida súbita y eterna de antiguos amigos, cuando los dolores y quebrantos de salud afloran, cuando los achaques de los años se hacen constantes; te percatas entonces, que estas desandando por la pendiente inevitable de tu vida, la frágil memoria entorpece la lucidez de tus recuerdos, muchas de tus vivencias se ocultan con una profundidad que se torna imposible de revivir y te convences de que irremediablemente la vejez te atrapó, su intrepidez puede más que tus remembranzas y exclamas mas para ti: “Que buena vaina, ya me puse viejo”.
Por eso, antes de que mis recuerdos desaparezcan de un todo, anhelo compartir y legar algunas de aquellas hermosas vivencias de mi niñez y adultez, muchas se escapan por la fragilidad de mi memoria, de allí el interés en narrarlas.
Aquel Barquisimeto donde nací y crecí de las décadas de los 50s a los 90s, aún permanece latente por tradiciones orales de voces antiguas, que gimen añoranzas por ese pasado hermoso, costumbres y modas de entonces que palidecen con lo actual, lugares de esparcimiento para la sana diversión, que han desaparecido para darle paso al inexorable modernismo de una urbe azarosa y de cambios irreductibles. Pocos crónicas describen aquellos aviesos años de inocentes y respetuosas mocedades, de muchos que permanecen impasibles, como testigos silentes de aquellos hermosos años.
Aquel Barquisimeto de las esas décadas, en poco se asemeja al actual, por supuesto la modernidad y el ineludible paso del tiempo hicieron su trabajo; pero lo más elocuente de estos cambios es la actitud de sus habitantes, quienes han perdido, muy lamentablemente, el respeto, los valores, los principios, hermosas y sanas costumbres de entonces, además la inseguridad dio paso a una delincuencia desbordada con grandes cargas de resentimiento, maldad y crueldad. En nuestras mocedades de otrora, hasta cuando nos tropezábamos con un cura le pedías la bendición, cuando en nuestra casa había visitas y pasábamos por el medio, esa afrenta era una “pela o cueriza” segura, salíamos a retozar pero a las 9 pm debíamos estar puntualmente en casa. A los policías se les tenía gran respeto y temor, le decíamos cuarteleños (por los cuarteles) a los soldados que pagaban servicio, a correr se ha dicho en tiempos de la recluta.
Nací y crecí en el Barrio El Campamento, ubicado en el cuadrante urbano formado entre las carreras 15, 16 y 17 y las calles 18 (avenida Vargas), 19 y 20; bautizado así, porque se cree que allí acamparon las tropas patriotas al mando del Libertador Simón Bolívar, en su tránsito hacia o desde Cabudare, durante una de las campañas de la guerra independentista, incluso consta en algunas crónicas historiográficas, que así se denominaba su actual calle 19. Los que habitamos en esta querida barriada, orgullosos identificábamos aquellos equipos de béisbol, voleibol y bolas criollas con el llamativo “Leones del Campamento”, surgidos en las mocedades de nuestra existencia, para competir en diferentes torneos estadales de primera calidad (¡Ah mundo, aquellos tiempos!), en el campo de beisbol de “Las Damas” (quedaba en la actual avenida Ribereña con calle 12 aproximadamente) jugamos varios torneos de alta calidad. Un edificio levantado en la esquina de la avenida Vargas con la carrera 16 se llama “Residencias El Campamento”. Algunas crónicas narran que la actual calle 19, también se llamó como “Calle Escalona” (Ignoro si por mi familia), la esquina de esta calle con la carrera 17 se conoció como “El León de Nicaragua”, porque así se llamó la bodega que en esta esquina funcionó, propiedad de Sótero Rodríguez.
Evoco con lucidez algunos pasajes de nuestra incipiente juventud, fabricábamos las maravillosas patinetas caseras, una tabla dos palos y cuatro rolineras, en ella nos montábamos dos, desde el inicio de la bajada de la calle 19 con carrera 15 hasta el muro (una cuadra de pendiente), deleitándonos con esta intrepidez; las frecuentes visitas al legendario cine Barquisimeto, al que acudías por tan solo un real y medio (Bs. 0,75), sin importar la película exhibida (Santo el enmascarado de plata, Maciste, Superman, vaqueras y otras), allí intercambiabas acaloradas y vehementes contiendas verbales con los asistentes, en las que generalmente las progenitoras asumían los roles protagónicos, antes o en las salidas intercambiábamos los suplementos (historietas) de moda, de Tarzàn, Superman, Memìn, el Llanero Solitario o las Vaqueras de Estefanía de la Fuente. Por las calles de esta populosa barriada, deambularon y convivieron personajes pintorescos, dejando tras de sí la huella perenne de sus andanzas: Riberito, el pollo maracucho que pedía plata “dame un bambi”, Demetrio “mi chingo”, José Durán “pan de leche”, el viejo de los majaretes, Frijolito el lotero, Pedro el ciego, Argenis Duno “Chaparrín”, celoso guardián del boliche, la catira Marcelina, El Caraqueño, El viejo vendedor de aguacates, los cargaba en una cesta en su brazo, la pata e ´gallina, el caraqueño, los barberos Santiago y Tomasito, Nicolás Pérez y Chucho Amaro. Familias de honrosa estirpe fundaron este barrio: Escalona, Sosa, Cortéz, Barragán, Escobar, Leal, Arrieta, Carucí, Alvarado, Daza, Villanueva y otros más. Tantas hermosas vivencias compartidas con mis compañeros: Enrique Carrillo, Marcelo Anzola, Homero y Francisco Rodríguez, Cornelio y Romer Leal, Rudy Carucí, Juan Pérez, Omar Galíndez, Marcial y Toño Lugo y mis amantísimos hermanos Alexis y Cleiber, donde todos a uno retozábamos inocencias y travesuras, sin percatarnos que sucumbíamos a los delirios febriles de la adolescencia.
Organizábamos las bulliciosas y acaloradas “partidas de pelota de goma” para el desagrado de algunos vecinos, disfrutábamos jugando chapitas, guataco por las orejas, ladrón librao, la coronita, loco escondio, trompo con mapora, olla y el rayo con las metras, ludo, dominó, elevar papagayos a la vera del frondoso árbol de ni güito, la guerra de mamones con fondas en la casa de la niña Pepa, atónitos y entusiasmados contemplábamos las peleas de boxeo que montaba Avendaño en el patio de la carpintería de Civileto. Nos reuníamos en la casa de Juan, para amarrar las hallacas que hacía la niña Pepa y luego salir a venderlas a real cada una, ella también preparaba cachapas, el jojoto se lo vendía el viejo Trino, quien los traía desde Santa Rosa en sacos amarrados en los lomos de cuatro burros, nosotros lo ayudábamos a descargarlos, pero con la condición de que para su retorno, nos dejase montar en los burros y así nos deleitábamos con estas montas, para luego venirnos caminando desde Santa Rosa. Con cierta regularidad, por las calles de esta barriada, pasaba Tarzàn el panadero, un portugués jocoso, en su flamante motocicleta de tres ruedas con un cajón adherido (toda una novedad), donde guardaba los panes que vendía a las bodegas.
Una gran nostalgia me embarga al evocar nuestras largas y tortuosas travesías hacía Tarabana y Agua Viva, remontando trochas inexpugnables de las haciendas de caña (desde el zanjón Barrera, pasando por la ahora Ribereña, todo era grandes sembradíos y monte), para recolectar mangos, semerucos y mamones, o explorar las sendas selváticas del tempero y su buco, jornadas que terminábamos refrescándonos en las turbias aguas del entonces caudalosos río o en la piscina del bosque Macuto. Repartir folletos de Centrobeco en las casas de varias Urbanizaciones, limpiar zapatos, vender cachapas y hallacas, ayudar a los maestros albañiles Pedro Cortéz, Benjamín Osal, Francisco Carucí, Alberto Sánchez y otros, pintar los frentes y el interior de casas. Placentero resulta revivir las incansables caminatas por las bodegas y botiquines existentes, en busca de chapitas para formar las bulliciosas partidas, lavar y cuidar carros en El Terminal de la Vargas, fabricar papagayos con veraras y almidón, colearse en los buses de la Circunvalación o en los camiones cañeros que transitaban por la avenida Uruguay, para arrancarles un pedazo de dulce caña de azúcar, lisonjearnos ante los demás por los estrenos de las alpargatas de goma banda blanca.
En nuestro humilde hogar no teníamos televisor, por lo que visitábamos frecuentemente la casa de los Villanueva, para allí disfrutar los programas de entonces, en blanco y negro por supuesto. Por radio se escuchaban las series de El Gavilán y doña Elodia o la de Los Hermanos Villalobos, se compraban a locha las panelas de hielo en las bodegas de Sótero o de Juan Mendoza, ya que no teníamos nevera, la cocina era de kerosene. En Navidad vivíamos días tristes, pues El Niño Jesús no nos traía los juguetes que ansiosos le pedíamos, sentíamos cierta envidia con los demás amigos, que jubilosos estrenaban pomposas revolveras, patines de hierro Winchester, bicicletas y otros más; pero aún así, me sentía orgulloso de forma parte de los Escalona-Flores.
Como olvidar las parrandas sabatinas que se formaban en el botiquín de Salvador González, animadas por Los Tocuyanos (Jesús Marín, el negro Carlos y Leónidas) y los romanceros Alberto Sánchez, Crispín, Hermógenes, Gregorio Barragán y Miguel Prado. Inolvidables eran aquellas acaloradas pugnas de bolas criollas en el boliche entre Los Leones (Germán Sosa, Erasmo, Félix Lugo, Pedro y Alberto Cortéz, Mario Martínez y Roberto Rodríguez) y los Tigres (Eduardo Carucí, Luis González, Hernán Rodríguez, Rodrigo Ochoa y Napoleón López). En los velorios de los difuntos de esta vecindad, se dejaba escuchar la voz estentórea e inconfundible de Juan Manuel, inigualable en el cántico litúrgico de estas letanías, igual como sucede al entrar a la casa de María, pues aún se oye el “lleve más, de Gonzalo”.
Por el barrio, existían varias bodegas, cuyos propietarios nos obsequiaban la ñapa por cada compra, se destacaban las de: Juan Mendoza, Sótero (El León de Nicaragua), Evaristo, Chicareli (La Buena Suerte) que después la compró el gocho Luis, Bastidas, Crispín, José Isabel, Don Francisco Leged, Lucio el evangélico, la de Escolástico Ochoa, la de Bastidas en la avenida Uruguay, los Quiboreños (Zacarías e Ismael) en la calle 20 frente al mercado Altagracia, el pilón de Candelario Figueroa en la carrera 21 con calle 20; en las que se podía adquirir desde un bolívar de exquisita carne de res hasta mantequilla criolla detallada (te la vendían untada en una pedazo de papel blanco), leña para cocinar, maíz pilado y pelado para hacer arepas, alpargatas de suela y de goma, escobas, biscochos guameros, morrocoy, cachitos, rebanadas, catalinas (cucas), alfajoras (cagaleras), cocadas, diversidad de conservas y helados, canta y no llora, panelas de hielo, caramelos sacamuelas y Fruna, consuelos de viuda, kerosene, los plagatox en espirales que ardía y expelían humo para repeler los zancudos, con su pequeña base de metal; vendían pequeñas latas (color negro y amarillo) de insecticida aerosol Flit marca Black Flag contra los insectos, pero se tenía que comprar la bomba para rociar este líquido. El vendedor de majarete, con su vitrinita blanca con ruedas, usaba una bata blanca, sombrero y largos bigotes; otro era el viejito José Durán (Pan de leche) que vendía cocadas y catalinas, el vendedor de Alfeñiques con su bandeja llena servidas sobre hojas de naranja y el aguacatero. Cazábamos en las paradas la llegada de los autobuses colectivos de entonces, para colearnos por la puerta trasera, sin pagar el pasaje que entonces costaba Bs. 0,25, y así “echar una colita” (pasear gratis); los autobuses eran los amarillo con rojo que bajaban por la carrera 19 hasta Santa Elena y subían por la avenida 20, los del Ujano que circulaban por la carrera 17, pero los preferidos eran los de Circunvalación, su ruta era más larga: Desde la fábrica de cemento hasta el Manzano.
Algunos productos de aquellos años: La Chicha A1, colita Astor, la Dumbo, el refresco de crema soda Marbel, la Fanta de naranja, colita Grapette, el chicle Bazooka que tenía tatoos para los niños de la época, o una caja de chicles Adams, Aeromints o una pastilla de menta. Disfrutar de la mejor tizana en mi juguito en la Vargas con carrera 17, donde trabajé ayudando a Lucas, quien preparaba los jugos con pura fruta natural. Si la intención era comer hamburguesas, nada como el Palacio de las Hamburguesas (todavía existe allí) en la Vargas entre carreras 22 y 23. Otro de los lugares preferido por los jóvenes, era la fuente de soda del automercado CADA en la calle 28 entre 19 y 20, marcando pauta como sitios de reunión de los más modernos. Íbamos a la modernísima tienda de Centrobeco, solo para montarnos en las escaleras mecánicas, toda una acaecimiento para aquellos años de los 70s. El Pin Lara como la fuente de soda y sala de Bowling, de las más modernas de Venezuela. El Cubanito en la Vargas entre carreras 22 y 23, con su novedoso Club Sándwich y la merengada de maní, servían en los carros estacionados en la avenida. La Parrilla en la carrera 17 con calle 24, servían unas grandes arepas asadas con leña y excelente carne a las brasas. La arepa frita con mortadela, tomate y lechuga, a real y medio en el mercado Altagracia. La tostada del Terminal de la Vargas, de la Pimpina o la de la Orquídea en la 48 detrás del Cementerio Viejo. Las areperas California, Tip Top, El Budare (carrera 17 con calle 22) y la 25, donde solía acudir Renny Ottolina. El restaurante Aurora, al lado del mercado en La Concordia con sus platos de pasta a Bs 1,50 y el bisteck a caballo a Bs 5,00, La pizzería New York en la Avda. Vargas. Restaurantes como El Chicote al comienzo de la avenida 20, la pizzería Europa y restaurant Alegría en la Pedro León Torres, Mi Lechón que comenzó en la 15 y luego se trasladó a la 20 con la 10 hasta terminar en la Redoma de El Obelisco, La Estación del conocido Hilario en la sede del Ferrocarril, El Dragón de Oro ofrecía sus exquisiteces asiáticas en la avenida Vargas. En la avenida 20 con calle 26 funcionaba la tienda Sears, después “Fin de Siglo”, pero en la entrada de su estacionamiento funcionó una heladería excelente, allí nos deleitamos con sus Toddy vitaminados, merengadas y helados.
Cines:
Cine Bella Vista (Avenida 20 entre 39 y 40), , el Crisser (Avenida Lara), el. Río Lama (Sótano del centro comercial), el Canaima y Obelisco en la avenida Pedro León Torres, , mención aparte para el Cine Auto, en la hoy urbanización El Pedregal.
Ropa y calzados para el buen vestir y la moda de entonces: Pantalones bota ancha y los tornasoles, los de caqui: nacionales de caqui Palo Grande y los importados Ruxton; zapatos machotes, Calzados Lucas vendía los zapatos de patente Calfi Corfan de suela (Cuando se desgastaban, uno los llevaba a que los zapateros remendones para que le hicieran media suela, suela corrida o tacón), calzados Súper o Rex, los deportivos US Keds, trajes Safaris, trajes Mao. Para estas compras: La Casa de los Casimires, Trajes Paone, El Salón Americano, La Estrella Roja, calzados Época, Almacenes Dovilla, el Pabellón Rojo, Trajes Mens, Almacenes Linares, El Palacio de la Seda, Novedades Gladys, Calzados Rex, Sears en la 20 con calle 26 (Luego se mudo para el centro comercial Arca, hasta que cerró), Novedades Japonesa, Joyería Clepsidra para los grandes regalos.
Continuaremos….
Autor: Jorge Luis Escalona Flores
nota: no dejes de leer